ISSN: 0213-2079 – ISSN electrónico: 2386-3889

DOI: https://doi.org/10.14201/shhmo20184021721

In memoriam Bartolomé Bennassar (1929-2018)

Francis BRUMONT

Universidad de Toulouse Le Mirail

Correo-e: francis.brumont@club-internet.fr

Que estemos aquí honrando a un historiador e hispanista no estaba escrito en las estrellas: una serie de circunstancias favorables, para nosotros, fue necesaria para llegar a tal resultado; y es que Bartolomé Bennassar había cursado la carrera de geografía en la universidad de Montpellier, la más cercana a Nîmes, su ciudad natal. Terminar esta carrera significaba afrentarse a la oposición a catedrático de instituto, la famosa agrégation, que era imprescindible para él que quería entrar en la universidad. Deseoso de enterarse de cómo iba la cosa, en el mes de junio, fue a París a presenciar algunas pruebas orales de la agrégation de geografía; y lo que vio no le gustó nada, hasta se puede decir que le asustó: tribunal muy duro, sin ninguna compasión, ni consideración para los candidatos. De ahí su cambio de rumbo: opositaría en historia y para tener más posibilidades de aprobar, se fue a Toulouse donde enseñaba un famoso catedrático de Historia Moderna y Contemporánea, el gran especialista de la Revolución francesa, Jacques Godechot. Segunda circunstancia favorable: este año (1952), el tribunal era presidido por Fernand Braudel que le propuso emprender una tesis. Tardó cierto tiempo en aceptar; primero, cumplió con sus obligaciones militares (en el regimiento de paracaidistas de Pau) y, después, pasó dos años en un instituto de Marsella. Fue entonces cuando B. Bennassar visitó al maestro que le propuso estudiar Turquía, Japón o China; pero, tercera circunstancia, un quite oportuno de la señora de Braudel le salvó de este destino y finalmente el historiador del Mediterráneo le dio el tema de Valladolid en el siglo de oro. Acepto evidentemente, aunque en aquel momento, no conocía la ciudad, ni sabía por qué se le había propuesto esta ciudad y no otra. Después de pasar un año en Valladolid con una beca de la Casa de Velázquez, fue llamado a ejercer en la Facultad de Letras de la Universidad de Toulouse, por su decano, el profesor Godechot. Tenía solo 27 años.

Los diez años siguientes fueron de actividad intensa: las clases en la universidad, las estancias en Valladolid, la redacción de artículos (el primero en 1957), las novelas (tres entre 1962 y 1968), la familia… pusieron a prueba la capacidad de trabajo del nuevo historiador e hispanista. Y no decepcionó: en 1967, la tesis era publicada y leída. A primera vista, parece presentarse como una historia urbana, estilo Escuela de los Annales, lo que es, pero solo en parte; en sus dos primeras partes estudia lo que había que estudiar: demografía, precios, producción etc. Pero, la tercera llama la atención, nada más entrar, por su título: «definición de un estilo de vida». ¿Qué historiador se atrevía a mediados de los años sesenta a pensar en los estilos de vida? Exagero un poco, pero la lectura de las notas a pie de página lo confirma: sólo referencias archivísticas, y poquísima bibliografía, la mayor parte antigua. La importancia que el autor atribuye a esta tercera parte se refleja en la conclusión general del libro que no vuelve sobre las dos primeras partes, no habla de precios y rentas, sino que concluye sobre la tercera y define el estilo de vida como señorial.

Después de publicado lo que fue su tesis complementaria (antes de 1968 se hacían dos) dedicada a la peste de finales del siglo XVI, hubiera podido descansar un poco y aprovechar el material no utilizado del Valladolid para escribir artículos. Pero no, porque ya se había lanzado a utilizar la documentación inquisitorial, no como se había hecho hasta entonces para estudiar casos individuales o tipos de delitos, como la brujería, sobre la cual estaba investigando Gustav Henningsen en estos mismos años, sino para demostrar que la Inquisición era, ante todo, un instrumento al servicio de la monarquía y de la Iglesia para controlar a la población e inculcarle la verdadera doctrina y las buenas costumbres, que se dirigía más a los cristianos viejos que a los herejes, o supuestos herejes. Estas primeras conclusiones fueron presentadas en el congreso de Santiago de 1973, una intervención que causó sorpresa, tanto por su forma poco académica como por sus conclusiones totalmente novedosas. Cuando la mayoría de los ponentes habían presentado un resumen de sus trabajos anteriores (caso de los franceses) o una adaptación a la documentación española de los métodos de los Annales (caso de los españoles), él se atrevía ante un auditorio compuesto en buena parte por catedráticos conservadores a presentar, en castellano, unas conclusiones heterodoxas. Conclusiones provisionales pero que sus propios trabajos y los de sus discípulos no tardarían en avalar. La publicación de L’homme espagnol en 1975 y de L’Inquisition espagnole cuatro años después lo demostraría ampliamente.

No voy a seguir contando publicaciones, de todos conocidas, sino subrayar algunas características de dichas obras y del trabajo del historiador y del profesor.

Primero, decir que le gustaba mucho a Bartolomé Bennassar el trabajo colectivo, como buen futbolista que era: dar clases con otro u otros colegas era una práctica habitual en él y los estudiantes que han participado en ellas las recuerdan todavía: «Historia de la España moderna» con el profesor Jean-Pierre Amalric y sobre todo «Historia del Mediterráneo medieval y moderno», un «Braudel» para uso de los estudiantes de licenciatura, con los profesores Alain Ducellier, uno de los mejores especialistas de Bizancio, y el ya citado Amalric, con unas excursiones míticas de fin de curso, entre las cuales una a Venecia de la cual hablan aún los (cincuentones) que la han vivido. También como todos sabemos, colaboraciones en libros, con Jean Jacquart, el famoso XVIe siècle, tan utilizado en clases y fuera de ellas, con sus alumnos, (cuando otros utilizaban sus trabajos sin apenas citarlos) para la Inquisición, ya citado, con Bernard Vincent, (Le temps de l’Espagne), con Richard Marin, para una historia de Brasil y con muchos en L’histoire des Espagnols. Entre estas colaboraciones, cabe destacar las tres con su esposa, Lucile, Les Chrétiens d’Allah (1989), sin duda su libro preferido, otra vez, un tema totalmente inédito, el 1492, (1991) y Le voyage d’Espagne 1998). La jubilación (1990) le había dejado más tiempo para trabajar, como lo demuestran ampliamente sus publicaciones que se multiplican en estos decenios.

En estos mismos años, B. Bennassar arriesga un poco más al dejar el periodo que mejor conocía, el Siglo de Oro, para meterse en una historia muy contemporánea y todavía polémica, con una biografía de Franco (1995 y 1999) y una historia de la guerra civil (2004). Ambos libros, sobre todo el primero, le valieron numerosas críticas, sobre todo en una ciudad como Toulouse, donde viven muchos españoles o descendientes de españoles, y todavía muchos veteranos de la contienda, entre otros anarquistas y libertarios que manifestaron su oposición a la visión del autor cuando la defendía en un gran número de presentaciones en librerías y centros culturales.

Segundo, que B. Bennassar, además de investigador e historiador fue un pedagogo y un gran profesor: transmitir el saber era lo que le gustaba por encima de todo. Símbolo de este afán, un pequeño libro, muy poco citado : la Brève histoire de l’Inquisition (1999) que se presenta como una guía, con abundantes ilustraciones y mapas que cuentan la historia de esta institución, desde los orígenes hasta nuestro días, incluyendo la filmografía. Sus libros se distinguen por la facilidad de lectura, aun los más eruditos, la claridad y muchas veces la brillantez del estilo que son testigos de su afán de acercarse a su público. Nunca se negaba a dar conferencias y lo sabían sus antiguos alumnos, ya catedráticos de instituto, que le llamaban para dar una charla o animar la «semana española» de su instituto. Las firmas de libros en librerías le daban oportunidades inmejorables de encuentros con sus lectores, muchos de ellos muy fieles, con los cuales le gustaba hablar. Tenía su público, como se dice, como se demuestra por la reacción en las redes sociales tras el anuncio de su fallecimiento.

Sus relaciones con los estudiantes eran siempre cordiales y sus clases cautivaban a la audiencia, las cuales preparaba conciencudamente, como lo pudo comprobar un día, cuando había olvidado sus gafas (lo que le ocurría muy a menudo): me pidió que le leyera las primeras líneas del curso del día, lo que le bastó para ir a clase ya que se lo sabía de memoria. Hasta los últimos años siguió dando clases a alumnos de primero cuando muchos de sus colegas no las querían impartir.

Durante su largo servicio en la Universidad (34 años), vivió el cambio de esta institución, semi–elitista, muy rígida en su jerarquía y con pocos alumnos en sus principios y masificada después del 68, cuando se produjo una cierta apertura a las clases medias y hasta a las populares, con la llegada de las numerosas generaciones de después de la guerra. En la misma Toulouse (donde se quedó a pesar de las llamadas de las sirenas parisinas) vivió el traslado de la universidad del centro de la ciudad a la periferia (historia y español fueron las dos disciplinas que se mudaron primero) con todas la dificultades procedentes del cambio de edificios siendo el primero, hacia 1972, un colegio que no tenía aún alumnos ya que la zona estaba desierta. Tuvo que asumir también los cambios que supuso la reforma que condujo a la autonomía de la Universidad, ya que fue elegido el primer presidente de la de Toulouse–Le Mirail (1978–1980).

Con tanta dedicación a la enseñanza y a la investigación, es un poco extraño que no tuviera más discípulos directos ya que solo fue el director de cuatro tesis, una de contemporánea (B. Bessière) y tres de moderna (J.–P. Dedieu, J. Montemayor y un servidor) amen de tres o cuatro de las que se llamaban de tercer ciclo. Pero, es cierto que discípulos indirectos tuvo muchos, para los cuales fue fuente inagotable de inspiración, entre ellos muchos de los que leerán estas modestas líneas.

Reducir la semablanza de B. Bennassar a su carrera profesional y a la lista de sus publicaciones sería reducir al personaje, porque el hombre tuvo muchas aficiones: los toros, como lo cuenta en su penúltimo libro dedicado al torero que más admiró en su juventud, Antonio Ordoñez (2017), sin olvidar su Historia de la tauromaquia (1993), la trucha que fue a pescar de Noruega a Patagonia y más a menudo en el Pirineo o en el Macizo Central amén de algunos otros lugares en España, lo que cuenta en sus Mémoires d’un pêcheur de truites publicadas en 2004 y el futbol, siendo fiel hasta sus últimos días al club de su juventud, el Nîmes Olympique, en sus periodos de gloria (poco numerosos, hay que confesarlo), como en sus dificultades.

Cuando empezó sus investigaciones, a mediados de los años 50, muchos historiadores e hispanistas no tenían mucho interés por la España real, actitud totalmente ajena a la mentalidad de B. Bennassar que tuvo contactos muy amenos y enriquecedores con los jóvenes investigadores, en esta época y más tarde, los cuales no dudan en confesar su deuda hacia él. La historia oficial ensalzaba figuras más o menos mitificadas como el Cid o los Reyes Católicos, pero, muchos transferían, de manera totalmente anacrónica, la visión que tenían de esta España del Seat 600, una potencia de tercer orden, al conjunto de la historia del reino, haciendo de la pobreza y del atraso económico una característica permanente de la historia española. Al revés, Bartolomé Bennassar insistió, una y otra vez, en que la España del Seiscientos, la del Emperador y de su hijo, era una superpotencia cuyo papel no dudaba en equiparar al de los Estados-Unidos de nuestros días. De manera que su visión amplia de la historia del mundo hispano le permitió reivindicar el carácter universal de la historia de España1.

1 . B. Bennassar, « La dimension universelle de l’histoire de l’Espagne », in, J.-P. Amalric, ed., Pouvoirs et sociétés dans l’Espagne moderne. Hommage à Bartolomé Bennassar, Toulouse, PUM, 1993, p. 11-22. Esta publicación presenta una bibliografía exhaustiva (unos cien títulos) de los trabajos de B. Bennassar hasta la fecha (p. 299-307).